martes, 22 de febrero de 2011
El hombre ha nacido libre…
…pero por doquier se halla encadenado. La frase pertenece a Juan Jacobo Rousseau. Un ginebrino que nació para transformar súbditos en ciudadanos. Desde muy joven su rebeldía natural hacia la injusticia forjó su carácter revolucionario. Y ya adulto se propuso liberar al género humano de los yugos que la cultura y las tiranías políticas y religiosas le habían impuesto durante siglos. Toda su vida amó la naturaleza, a la que proponía retornar para contrarrestar la corrupción de la sociedad. En oposición al pecado original profesó la bondad original del ser humano.
Para Rousseau, el hombre posee una libertad natural ilimitada a la que ha de renunciar para vivir entre sus iguales; aunque no por ello deja de ser libre, sino que accede a la “libertad convencional” del ciudadano; una forma de libertad más restringida enmarcada en las cláusulas del “Contrato Social”.
La mejor y más importante de todas sus obras, según el propio Rousseau, es “Emilio, o de la Educación”. Aquí vierte sus ideas más revolucionarias para formar al ciudadano ideal: aquel que es capaz de encontrar la felicidad en el Bien Común, antes que en el bienestar particular. Para Rousseau “el nombre de ciudadano expresa una virtud y no un derecho.”
Otro concepto novedoso en Rousseau es el de “pueblo”, que nada tiene que ver con masas de gente, sino con el conjunto de ciudadanos que participa activamente de la autoridad soberana. Si la ciudadanía expresa virtud, es decir aquello que se opone al vicio y los malos hábitos; en sentido roussoniano el pueblo es la virtud social en su máxima expresión.
Siguiendo a Rousseau podemos concluir que nacemos libres, pero no nacemos ciudadanos ni nacemos pueblo. “Si los ciudadanos son tan raros entre nosotros, –afirma el pensador– es porque nadie se preocupa de que los haya y porque aún menos se admite la necesidad de formarlos”.
Tengo la impresión de que a casi 250 años de la publicación del Emilio, seguimos formando alfabetizados, bachilleres, licenciados y doctores, pero todavía no nos hemos ocupado de formar verdaderos ciudadanos.
Simón Rodríguez, que conoció y enriqueció las ideas roussonianas, vio en el niño Simón Bolívar a su propio Emilio y con estas ideas lo educó. A menudo le recordaba una máxima de Rousseau al futuro Libertador: Ve con tus ojos, siente con tu corazón, y que ninguna autoridad te gobierne a no ser la de tu propia razón.
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