miércoles, 28 de julio de 2010

Historia 3D


Decía Simón Rodríguez, a quien Bolívar llamaba el Sócrates de América, que más aprende un niño en un rato, labrando un palito que en días enteros conversando con un maestro que le habla de abstracciones superiores a su experiencia. La enseñanza de la historia, a menudo recargada de nombres de batallas, héroes y fechas, sigue siendo un desafío para el maestro y para las instituciones con fines educativos o divulgativos. A los libros no les podemos pedir demasiado. Tal vez más ilustraciones y mejores contenidos, pero el libro -textual y bidimensional- despierta muy poco entusiasmo en los niños y jóvenes de la era digital.

A menudo nos topamos con personas que no muestran interés por la historia. Aseguran que simplemente no les gusta o que les aburre. No debemos culpar a nadie por no recordar lo que debieron haber aprendido en la escuela. Seguramente tuvieron maestros incapaces de llamar y captar su atención. O como decía el gran filósofo americano: Lo que no se hace sentir no se entiende, y lo que no se entiende no interesa.

Que diferente sería el proceso de enseñanza y aprendizaje de la historia si pudiéramos ver, tocar y sentir aquello que con palabras se narra en los libros. ¿Se imaginan que al hablar de la esclavitud pudiéramos ver y tocar las cadenas que le ponían a los esclavizados? ¿O que el hablar de la economía colonial pudiéramos ver, oler y tocar el fruto del cacao? ¿O que viajando en una máquina del tiempo pudiéramos ser fisgones de la conspiración de Gual y España tras la ranura de una ventana entreabierta? ¿O que pudiéramos imaginar la trascendencia de la Expedición de Francisco de Miranda mientras recorremos la cubierta del Leander? ¿O que en vez de leerlas en las páginas de un libro pudiéramos escuchar las palabras de un hombre del siglo XIX?

Si alguna vez en la vida tuviéramos una oportunidad como ésta, la historia dejaría de aburrir a tanta gente para convertirse en un viaje apasionante que haría más comprensible el presente. Este asombroso viaje que nos permite ver, tocar y sentir nuestro pasado ya es posible realizarlo. La máquina del tiempo se instaló en once salas del Museo de Bellas Artes, y lleva por nombre “La Revolución de 1810. Espíritu Libertario de un Pueblo”. Ve con toda tu familia y entenderás las palabras del poeta Lord Byron: El mejor profeta del futuro es el pasado.

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