martes, 27 de julio de 2010

Caín y Abel americanos


¿Si Colombia y Venezuela son pueblos hermanos, que compartimos una historia común, por qué hoy somos tan diferentes? Es una pregunta que cualquiera podría hacerse, y a la que en este artículo intentaremos responder.

Desde tiempos coloniales la importancia dada por el conquistador al Virreinato de la Nueva Granada contrastó con la modesta Capitanía General de Venezuela. Si Bogotá era Madrid, Caracas era Santa Cruz de Tenerife. Fue así como sus habitantes terminaron creyéndose aquella sentencia de Juan Montalvo: “Colombia es una universidad y Venezuela es un cuartel”.

Lo sorprendente es que esta pequeña y rebelde Capitanía General parió una generación de libertadores que llevó Independencia, soberanía e ideas republicanas a varias provincias y dos virreinatos. Pero la unión precisaba que las grandes y pequeñas comarcas liberadas se reconocieran como iguales para formar una gran república llamada Colombia que no fuera subestimable, invadible o chantajeable por las potencias acostumbradas a dominar el planeta.

Al hacerse libertador, Bolívar se erigió en padre de los territorios libertados, pero sus sectores más arrogantes y conservadores, herederos del complejo de superioridad de los españoles de Europa, nunca han sido capaces de verse y vernos como iguales. En ese resentimiento creció la semilla del separatismo y el desprecio al propio Libertador. No por casualidad las peores ofensas dirigidas a Bolívar, de las que a menudo se hace eco nuestra apátrida oposición, provienen de autores colombianos.

En Venezuela la segunda mitad del siglo XIX fue de guerra declarada a la oligarquía que dese entonces quedó disminuida y fragmentada; pero en Colombia la misma oligarquía antibolivariana nunca fue derrotada, se consolidó y hoy sigue gobernando esa violada nación.

La antigua Nueva Granada finalmente se quedó con el nombre proyectado por Miranda para todo el Continente y utilizado por Bolívar para su gran República multinacional. Se quedó con más territorio del que tenía por entonces y se llevó el “mérito” de haber dividido, con el asesinato de Sucre y la traición al Libertador, el sueño de la unión.

Afortunadamente Colombia no es sólo su oligarquía gobernante, pero mientras este sector criminal, antibolivariano y apátrida permanezca en el poder, Colombia seguirá pareciéndose a Caín intentado asesinar a Abel.

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