jueves, 28 de octubre de 2010

El Sócrates de América


A Simón Rodríguez se le conoce como maestro de Bolívar. Mucho menos conocida es su dimensión de filósofo, pedagogo de altísimo vuelo y pensador republicano. Ni siquiera se le estudia seriamente en las escuelas de educación. Mientras nuestros aprendices de maestros estudian las teorías de Freire, Piaget, Durkheim, Gramsci o Morin; muy poco se aborda el pensamiento del “Sócrates de América”, como lo llamó el Libertador.

Pionero de la educación popular en una época donde el conocimiento era exclusividad de quienes podían pagarlo, defendió también el derecho de las niñas a ir a la escuela. Para Rodríguez “popular” significaba “general”, es decir lo que hoy llamamos “universal”. No es sólo educación gratuita sino acceso universal a la educación.

Hizo énfasis en que el objeto más importante de la educación era aprender a vivir en sociedad. Ante este conocimiento todo lo demás es secundario. También fue pionero en la enseñanza de artes y oficios desde la primera infancia porque, según decía: más aprende un niño en un rato, labrando un palito que en días enteros conversando con un maestro que le habla de abstracciones superiores a su experiencia.

Uno de sus aportes más importante es su comprensión sobre el significado de la educación. Para Rodríguez, igual que para Sócrates, educar no es transmitir conocimientos, enseñar destrezas ni memorizar información, sino enseñar a pensar. No es rol del verdadero maestro enseñar qué pensar, sino cómo hacerlo. Y la mejor manera de hacer esto es motivar, en lugar de censurar, la curiosidad humana: Enseñen a los niños a ser preguntones, para que pidiendo el por qué de lo que se les manda a hacer, se acostumbren a obedecer a la razón, no a la autoridad como los limitados, no a la costumbre como los estúpidos.

El pensamiento conduce a la acción, pero Rodríguez sabía muy bien que el pensamiento soberano conduce a la acción soberana: Enseñen y tendrán quien sepa; eduquen y tendrán quien haga. Mucho se ha citado su célebre expresión “inventamos o erramos”, pero vale aclarar que Rodríguez nunca pretendió reinventar la rueda ni mucho menos despreciarla porque otros la hayan inventado. Más bien propuso un camino intermedio que merece la pena tener presente: Tomen lo bueno, dejen lo malo, imiten con juicio y por lo que les falte INVENTEN.

martes, 19 de octubre de 2010

El país sin nombre


Había una vez un país que no tenía nombre. Y como no tenía nombre lo llamaron “estados unidos”. Salvo la alianza de varios estados vecinos, esa denominación nada representaba porque tampoco era un nombre sino una circunstancia. Necesitaban algún referente positivo que los identificara. Es así como adoptaron el nombre del continente apellidándose Estados Unidos de América.

Por la grandeza de sus fundadores suponemos que no hubo premeditación expansionista en el bautizo de la que pudo haber sido una gran República en lugar del Imperio más criminal de la historia. Pero todo nombre, e incluso la ausencia del mismo, acarrea gentilicio. Esto es, la denominación que se da a los ciudadanos de cada región o país. A diferencia de lo que algunos creen, el gentilicio de EE. UU. no es “estadounidense” (palabra que no existe en inglés) sino “american” o “americano”. En este gentilicio se produjo la usurpación de la Identidad Continental y el país que no tenía nombre terminó secuestrando el de todos sus vecinos.

¿Si todo el continente se llama América por qué algunos llaman “americanos” a los habitantes de un sólo país? Seamos del Norte, del Centro o del Sur de América ¿no somos todos americanos? El colmo es que los demás americanos utilicemos la palabra “americanos” para hacer referencia a los habitantes de los Estados Unidos. Y en el mejor de los casos les llamemos “norteamericanos”, lo cual también resulta incorrecto porque mexicanos y canadienses también son norteamericanos.

Un “estadounidense” no puede llamarse a sí mismo de otro modo que no sea “americano”. Pero eso no significa que el resto de los americanos renunciemos a nuestra identidad continental o que aceptemos las denominaciones cargadas de racismo y desprecio que se utilizan desde el norte para desconocer el gentilicio compartido: latinos, hispanos, chicanos, cholos, etc.

Quizá no podamos cambiar la percepción que muchos estadounidenses tienen del resto de los americanos, pero siempre podemos escoger el espejo en el que nos vemos y las palabras para nombrarnos. También podemos realizar una labor educativa explicándole a cada compatriota que se refiera a los estadounidenses como “americanos”, que todos los demás habitantes de este continente somos igualmente americanos. Aun cuando éste fuera el único rasgo que tenemos en común con los estadounidenses americanos.

martes, 12 de octubre de 2010

¿Cuál raza?


El “Día de la Raza” lo inventó un español para conmemorar la llegada de Cristobal Colón al “Nuevo Mundo”. Siendo presidente de la Unión Iberoamericana, Faustino Rodríguez-San Pedro impulsó esta idea en 1913 con la “buena intención” de estrechar los lazos que unen a España y América. En los años sucesivos, la mayoría de los países hispanohablantes adoptó la “celebración” del 12 de octubre como Día de la Raza.

La idea era recordar para siempre que en 1492 Europa “descubrió” América, pero nunca estuvo muy claro a cuál “raza” se refería el nombre de la efeméride. Desde la óptica americana algunos interpretaron que se trataba de la nueva identidad que, producto del mestizaje y el sincretismo cultural entre blancos, negros e indios, dio lugar a una especie de “raza americana”. Desde el otro lado del Atlántico (aunque también de éste) otros aseguraban que aludía a la “raza española” que finalmente se impuso sobre las demás “civilizando” buena parte del continente. La verdad es que el término “raza” ha entrado en desuso, entre otras cosas porque no existen razas puras y porque además de procesos de mestizaje histórico nada significan expresiones como “raza española” o “raza americana”.

Después de pasar medio siglo celebrando el colonialismo americano como si de una bendición se tratara, algunos países han ido notando la pobreza ideológica y el carácter colonialista de la expresión “Día de la Raza”. Entonces le han dado otros nombres y nuevos significados. Es así como en Costa Rica cambió a “Día de las Culturas” en 1994; en Bolivia Evo Morales lo llamó “Día de luto” en 2009 y después lo decretó como "Día de la Descolonización"; y en Argentina el de Día de la Raza hoy se llama “Día del respeto a la Diversidad Cultural”. Incluso España, en 1958 ya había cambiado el término por “Fiesta de la Hispanidad".

En Venezuela, desde el 2002 fue cambiado por decreto presidencial a “Día de la Resistencia Indígena”. Es una manera de recordar algo invisible para las mentes todavía colonizadas: A pesar de 500 años de asesinatos, exterminio, saqueo, imposición y políticas “civilizatorias” que sólo ofrecían asimilación cultural, todavía existen indígenas en nuestro territorio. Existen y resisten. Y gracias a la Constitución Bolivariana de 1999 hoy son ciudadanos con todos los derechos culturales, económicos, políticos y sociales, sin dejar de ser indígenas.

lunes, 4 de octubre de 2010

Golpe de última generación


Todo comenzó con una protesta policial por reivindicaciones laborales. Los medios opositores, acostumbrados a desinformar a conveniencia, lograron implantar la matriz de opinión de que una nueva ley, que busca poner orden en el sector público ecuatoriano, perjudicaba a los policías. Muchos policías se lo creyeron aunque antes de la presidencia de Correa nunca tuvieron mejores beneficios. Hasta allí, nada fuera de lo normal.

La novedad es que un Presidente se vaya al cuartel de la policía para dialogar personalmente con ellos. En condiciones normales se habría valorado el gesto y escuchado sus argumentos. Pero esto no ocurrió y la máxima autoridad nacional recibió bombas lacrimógenas por respuesta. Una agenda golpista estaba en marcha y utilizaba la protesta policial como detonante.

Aunque el ingreso de Correa al hospital haya sido voluntario, su retención, junto a la feroz represión contra el pueblo que intentaba rescatarlo, evidenció una situación abiertamente insurreccional. Si no se trataba de un golpe de Estado en desarrollo ¿cómo se explica que la situación sólo pudo revertirse por medio de una arriesgada operación armada de rescate que pudo costar la vida del primer mandatario? ¿Si fuera sólo un problema de “insubordinación” por qué se disparó contra el vehículo presidencial?

Quienes niegan la evidencia del golpe alegan que no había líderes visibles, ni pronunciamiento golpista; pero el golpe clásico está obsoleto. La CIA ha perfeccionado sus métodos, siendo Bolivia ejemplo reciente de golpe fallido y Honduras de golpe exitoso. No es difícil imaginar los hilos que se movían en la sombra durante las 10 horas del cautiverio de Correa. Fue un plan tan bien concebido que de tener éxito no parecería un golpe y de no tenerlo tampoco.

Se apostaba al magnicidio más o menos “accidental” para lograr el objetivo último: Revertir la Revolución Ciudadana liderizada por Correa y ofrecer el máximo apoyo a un presidente más “amigable” con los intereses norteamericanos en las próximas elecciones “democráticas”.

Aunque nunca se conozca en detalle el plan golpista, es una tontería ideológicamente motivada negarlo o reducirlo a “sublevación” policial, como hicieron los medios opositores de aquí y de allá. Si esta historia no nos sonara tan familiar a los venezolanos, más de un incauto creería que no fue un golpe.